Quien se haya pasado alguna vez por una sesión de asesoramiento de cualquier movimiento por la vivienda o por algún desahucio ha podido darse cuenta de algo: que la mayoría de asistentes siempre somos mujeres. Esto indica que el género es un factor a tener muy en cuenta en esta problemática y que la ausencia de una casa, o el hecho de que esta no sea habitable o segura, siempre nos perjudica más a nosotras.
Las mujeres, a pesar de habernos incorporado al trabajo asalariado desde hace años, aún somos las que cargamos con la responsabilidad del trabajo doméstico y los cuidados en la gran mayoría de los hogares: las que nos ocupamos de las hijas, hijos y mayores, de los quehaceres del hogar, de la comida, la colada, la compra, etc. Todas estas son tareas que se llevan a cabo en el ámbito de la vivienda y por eso, para nosotras, es un requisito imprescindible contar con una, para construirnos un entorno seguro y de apoyo, para poder desarrollarnos intelectual, social y vitalmente. Sin embargo, este requisito es cada vez más inalcanzable en el actual modelo económico y social.
Hoy en día somos muchas las mujeres que compaginamos el trabajo doméstico con el trabajo fuera del hogar, pero los puestos que ocupamos son los más precarios, la mayoría son a tiempo parcial y cobramos salarios más bajos que los de los hombres, lo que hace que, a pesar de tener una nómina, nos resulte muy difícil y a veces imposible acceder a una casa. El alto precio de los alquileres y de los suministros básicos nos obligan a depender de otras personas (parejas, amigas y amigos o familiares) para poder contar con un techo, alargar la salida del hogar familiar hasta bien entrada la edad adulta o a vivir hacinadas con más gente durante periodos muy largos de nuestra vida. Además, en los casos en los que se puede acceder a una vivienda, esta, a menudo, no cuenta con todas las características necesarias para tener una estancia cómoda dentro de ella. Las casas que están dentro de nuestras posibilidades no están debidamente aisladas, son muy frías en invierno y calurosas en verano; casas sin amueblar, con humedades, con colchones viejos o, incluso, con problemas de plagas e insectos.
Todas las mujeres hemos tenido en mayor o menor medida contacto con estos problemas, pero, sin duda, estos se hacen aún más insoportables en el caso de las mujeres que han sufrido violencia machista, las que tienen a las niñas/os solo a su cargo, las inmigrantes y todas aquellas que sufren altos índices de pobreza, exclusión social y material.
El próximo 8 de Marzo millones de mujeres de hasta 70 países han convocado una huelga feminista contra el orden heteropatriarcal, racista y neoliberal. Estas mujeres reclaman acabar con las violencias machistas, que tengamos el control de nuestros cuerpos y nuestra sexualidad, acabar con el racismo y la xenofobia, así como erradicar la desigualdad económica.
Algunas de las mujeres que formamos parte del movimiento por la vivienda hacemos un llamamiento a todas: a nuestras amigas, compañeras de trabajo, familiares, hermanas y vecinas para que apoyemos la huelga y las manifestaciones del 8 de Marzo. Es muy importante que nos organicemos colectivamente para visibilizar los obstáculos que nos impiden tener un hogar y para exigir alquileres asequibles y sociales.
Somos conscientes de que los problemas con la vivienda son la expresión de una realidad social compleja causada por factores políticos, económicos y culturales, por esto, es necesario que ocupemos las calles este día, y todos los días del año si fuera necesario, para garantizar una casa digna y habitable para todas; para exigir que la vivienda no sea un negocio sino un derecho real; para pedir a las instituciones públicas que nos proporcionen datos sobre la situación actual de la vivienda en nuestras ciudades con una perspectiva de género; para demandar políticas públicas populares que tengan a las mujeres como preferencia; para mostrar que los actuales planes urbanísticos no nos benefician y que, junto a la vivienda, también tenemos derecho a la ciudad.
Mujeres, paremos el 8 de Marzo. Vayamos a la huelga y paremos de trabajar, de cuidar, de consumir y de estudiar para decir que la vivienda y las calles también son nuestras.